Han pasado 40 años desde que abrió en Barcelona la primera tienda de Mango. Hoy la marca produce 150 millones de prendas y complementos al año que comercializa en 115 países. Un tercio de sus ventas ya se realizan por internet. Todo comenzó con el espíritu emprendedor de Isak Andic, un adolescente que llegó a España desde Turquía y nunca tuvo miedo. Un viaje desde sus talleres de diseño y el gran centro logístico hasta la Quinta Avenida de Nueva York.
El número 711 de la Quinta Avenida corresponde al edificio Grande Dame, de 1927, que fue sede de Coca-Cola. En 2019, un magnate turco pagó por él 1.000 millones de euros. Estamos en uno de los distritos comerciales más caros del planeta. El metro cuadrado de alquiler supera los 5.000 euros. En tres plantas del 711 se alza desde hace dos años el buque insignia de Mango en Estados Unidos, su tienda más icónica y tarjeta de presentación mundial: 2.100 metros cuadrados donde trabajan 85 personas.
Mango es una compañía española que facturó en el pasado ejercicio 3.100 millones de euros, tiene una plantilla de más de 15.000 personas y está presente en 115 países a través de 2.700 puntos de venta. España supone el 23% de su negocio. El concepto de la firma es global desde su nacimiento en 1984. Idea, diseña, desarrolla, gestiona logísticamente, distribuye y comercializa productos de moda a precios asequibles bajo una única marca (unos 150 millones de prendas y complementos cada año). Y los fabrica a través de 450 socios industriales, la mitad entre China y Turquía, a los que exige un estricto código de conducta, social con sus empleados, sostenible en sus procesos, y de control de calidad.
Las tiendas son una gran fuente de información. A través de esos datos, se trata de saber las necesidades de una clientela mayoritariamente femenina (un 80%), joven, urbana y de clase media. Y darle respuesta de forma personalizada y rápida.
La biografía de Andic es la propia de los grandes emprendedores. Él y su familia, sus padres, Sol y Manuel, y su hermano Nahman, fueron inmigrantes. Llegaron con lo puesto de Estambul a Barcelona en 1968. Isak tenía 14 años.
Andic no fue un gran estudiante de bachiller y apenas pasó de matricularse en Económicas. Desde el verano de sus 17 años había comenzado a vender en Barcelona camisas bordadas que adquiría en el Gran Bazar de Estambul. “Yo no sabía lo que quería ser. Básicamente, ganarme la vida”. Su primer beneficio fueron 950 pesetas (seis euros). Reinvirtió, extendió el negocio y a los 18 se compró un utilitario Seat 850, en cuyo maletero empezó a mover la mercancía por España: “No sé si por orgullo o por honor, pero hasta que no lo vaciaba, no volvía a casa”. Reunió un millón de pesetas (6.000 euros). Viajó a Londres para importar productos que no había en España, zuecos holandeses, abrigos afganos, blusas hindúes, destinados a una clientela de hippies que se los quitaba de las manos en un puesto que tenía en el mercadillo barcelonés de Balmes. De importar y comprar, pasó a fabricar en Sabadell. Se hizo con un almacén. Puso en marcha sucesivas tiendas en Barcelona e, incluso, creó una marca de vaqueros con su nombre. Máxima ambición.
En 1984 tomó la gran decisión de su vida, “por suerte o por intuición”: montar una tienda en el paseo de Gràcia bajo el nombre de Mango, que solo vendiera productos con su marca y diseñados y fabricados por ellos mismos. Un modelo que extendió.
El siguiente hito fue 1992, cuando abrimos en Portugal y luego en Francia, y comenzamos a fabricar en China. Nos hicimos fuertes en el Mediterráneo y luego en Europa Central, Oriente Próximo y Extremo Oriente. Mi secreto ha sido pensar globalmente y actuar localmente. En 1994 abrimos en Taiwán y Singapur. En 1995 creamos la primera página web del sector y en 2000 fuimos pioneros en el comercio electrónico.
La prueba de fuego es la sostenibilidad de cada producto en relación con sus clientes y con el planeta. En una industria en la que, según un informe del Parlamento Europeo de marzo de 2024, “para elaborar una sola camiseta de algodón se necesitan 2.700 litros de agua dulce, y es responsable del 20% de la contaminación de agua potable del planeta y del 10% de las emisiones mundiales de carbono”, la apuesta por la sostenibilidad debe ser firme. Su producción debe provocar el menor impacto ambiental. Además, el algodón debe ser de origen orgánico y principalmente reciclado, como también debe ser reciclado el poliéster.
“Los europeos consumen de media casi 26 kilos de ropa nueva y se desprenden de unos 11 kilos de textiles cada año. La gran mayoría (87%) es incinerada o depositada en vertederos”.
Fonte: ElPaís